martes, 5 de mayo de 2009

12 meses sin intereses



a Los Irresponsables

Porque tiene a Chita dijiste, y te soltaste riendo como loca, como drogada. Debí decirte que no entraras, que en ese momento lo que menos me importaba era saber por qué Tarzán no necesitaba un cuchillo, que regresaras otro día, que no estaba el horno para bollos y que, al contrario del eslogan de tu prendedor, yo no me sentía magnífico ni me interesaba saber cómo. Que me dejaras seguir leyendo los económicos, que ya tenía suficiente con la invasión del espacio aéreo por parte del vecino con sus discos pirata de pasito duranguense y el dj bucanero y la matraca traca traca, la matraca traca ta, y, por si fuera poco, el camión de zeta zeta zeta gas.

Debí decirlo, pero no lo hice. Te dejé seguir con la demostración de polvos, pomadas y cuanta cosa traías en tu negro maletín. Dijiste que te sentías rebosante de energía, que antes te cansabas con el menor esfuerzo y que ahora que tomabas los productos eras capaz de caminar desde Empalme hasta Hermosillo sin escalas, ganar un concurso de cha cha cha y descargar un trailer de sandías en la central de abastos. Que por qué no me inscribía, que ser socio me traería increíbles beneficios, que el producto me saldría a precio de distribuidor y que la cuñada del primo de tu vecina (que fue la que te inscribió) acababa de regresar de Las Vegas de la convención de líderes triunfadores sin fronteras, y que el año pasado fue a Monterrey, y conoció a gente de todo el mundo y se tomó fotos con Alex Dey , le autografió un libro bien bonito y en la conferencia les dijo que no fueran negativos, que todo estaba en la mentalidad y que no le hicieran caso a las gallinas que tiene alas pero no saben volar, que fueran como las águilas, o como el sapito sordo que llegó a la cima porque no escuchó a los que le decían te vas a caer. En resumidas cuentas, que la gente era bien quién sabe cómo.

Entraste pero no supiste a donde. No necesitaba nada de lo que vendías. Más bien no necesitaba nada; sólo dejé que se juntara el hambre con las ganas de comer. Llegaste a venderme polvos y no te diste cuenta, pero por dentro me estaba carcajeando. Me reía porque llegaste cuando se estaba cumpliendo un año de mi lucha a muerte contra el pinche polvo que no sabes de donde sale pero no se acaba. Desde que ella se fue no hacía otra cosa. Me corrieron de la morgue y busqué otro trabajo, pero ni de seguridad privada encontré. Me refugié en la campaña de limpieza doméstica más frenética, permanente y obsesiva que se haya emprendido jamás. Hubo un tiempo en el que gastaba la mitad de mi sueldo en fabuloso, maestro limpio, esponjas y aromatizantes. Ya después gastaba menos, porque encontré un expendio de productos a granel.

También te dejé entrar, debo admitirlo, porque eras guapa y venías sola; no como las testigas de Jehová que ni lo uno ni lo otro. Pinches testigas. No pude evitarlo; quería seguir viendo la cadenita de oro que traías. Me gustó cómo se perdía la virgencita en la comisura de tus pechos; lo ajustado del pantalón braxton que alguna vez fue azul.

¿Le vas a las chivas?, preguntaste, como si no hubieras visto los posters colgados y la foto que me autografió el Bofo Bautista. Hiciste que me acordara de la vez que me agarró la lluvia en el periférico. Me refugié debajo de un puente peatonal y prendí un cigarro. Luego llegó un tipo y de los 50 metros cuadrados que había disponibles viene y se planta junto a mi, y me dice: ¿ta lloviendo rete recio edá?

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